viernes, 13 de julio de 2012

Entre el dolor y la angustia "Jesus"














Comprender el sentido del dolor y del sufrimiento humano es uno de los desafíos más complejos de la fe cristiana. En efecto, cabe preguntarse: Si Dios es amor y omnipotencia, ¿por qué permite el dolor en el mundo?, ¿por qué no elimina el sufrimiento, haciendo que todas sus criaturas sean felices? el origen del dolor y del mal “son la piedra en la que tropiezan todas las sabidurías y todas las religiones”[1]. Así el cristiano -como cualquier otro hombre-, al experimentar el dolor desgarrador, se pregunta, al menos en el primer momento: “Por qué, Señor, por qué” y, en su amargura, experimenta la radical soledad y se formula la espantosa interrogante de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.




Desde otra perspectiva, también muchas personas religiosas se cuestionan: si Dios es justo, ¿por qué tantos hombres virtuosos viven en la pobreza o la desgracia y tantos pecadores, en cambio, en la dicha y en la prosperidad? Desde luego, estas preguntas -que son racionalmente válidas- implican un concepto de Dios demasiado antropomórfico. Así, parecería que todos podríamos hacerlo mejor que Dios. No existirían las guerras ni los crímenes, o el hambre, la pobreza y la enfermedad. Lo que ocurre, en realidad, es que la mente reflexiva no puede penetrar los misterios de la creación y de la vida, que sólo se entregan a la percepción numinosa de la mística y a la certeza intuitiva de la fe. La teología cristiana nos enseña que Dios no desea el sufrimiento del hombre y que sólo lo permite porque es necesario para su crecimiento ético y espiritual y poder regresar así al goce paradisíaco original.El hombre “está llamado a la plenitud de la vida, que va más allá de su existencia terrenal, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios”. La experiencia del hombre en el mundo, entonces, no es su “realidad última” sino sólo la “condición penúltima” de su destino sobrenatural.
Siempre en el marco de la religión judeo-cristiana, el simbolismo del génesis nos muestra que fue sólo la rebeldía del hombre la causa tanto del dolor como de la muerte. En efecto, es el Pecado Original el que introdujo la vulnerabilidad en la existencia humana y -desde entonces- tanto el dolor como el sufrimiento se han hecho connaturales a la conciencia del hombre y se han mantenido a través de la historia, constituyendo algo así como la cara siniestra de la herencia adámica.




Pero ¿cuál fue el pecado original? Es en definitiva un misterio que desborda la comprensión intelectual, porque su enigma es interno y constituye la esencia misma del misterio. El relato bíblico nos dice que el hombre -tal vez más por curiosidad que por soberbia-, al comer el fruto del árbol prohibido, usurpó el conocimiento del bien y del mal que sólo le pertenecía a Dios. Fue este acto de rebeldía el que lo separó, al menos parcialmente, de su esencia divina, sometiéndolo ahora -después de su felicidad paradisíaca- al dolor, al sufrimiento y a la muerte, propios del orden natural del universo. Más allá del relato bíblico, el curso de la historia nos demuestra trágicamente cómo el hombre era y es incapaz, por sí solo, de discernir el bien y el mal. De ahí el absurdo de reprochar a Dios por nuestros errores y nuestros crímenes, que El sólo permite por respetar nuestra libertad y -tal vez- para el cumplimiento pleno de su designio providencial. El único responsable, entonces, de la mayoría de los dolores y sufrimientos, es el hombre mismo, que creyó, y aún con frecuencia cree, poder dirigir –autónomamente su vida y su propio destino.




No obstante, Dios -en su infinita misericordia- le dio a la desobediencia de Adán un valor y un sentido positivos, otorgándole al mal y al sufrimiento un carácter purificador que culminará -en la historia- con la pasión redentora de Jesús que, sin conocer el pecado, con su martirio inocente asumió para siempre todos los dolores y sufrimientos de la humanidad. En efecto, el martirio de Jesús no fue producto de un azar, sino que estaba previsto en el designio divino para la salvación del hombre y es por eso que ya fue anunciado por los profetas del Antiguo Testamento como una promesa divina de redención universal.
Por otra parte, el que Dios haya permitido, y permita, la actividad diabólica -intrínsecamente unida al dolor y al sufrimiento del hombre-, es otro misterio; sabemos que más allá del dolor y del pecado, en todos los casos, interviene Dios para transformarlos en un bien de los que ama[2]. Así el Padre, por su amor al hombre, si bien no suprimió el dolor, le dio un sentido moral, tanto para el crecimiento y la madurez espiritual de cada individuo, como para la actualización -en la especie humana- del supremo sentimiento de la compasión. De este modo, Dios transformó nuestra propia imperfección del amor que, paradojalmente, no habría podido existir en un mundo armonioso y perfecto.




Definitivamente, la vida humana está destinada a un fin que trasciende al pecado, y Dios permite el mal para sacar de él un bien mayor. Como dice San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Es por lo mismo que el Pecado Original no es un mal definitivo, sino susceptible de restauración, precisamente a través -como hemos dicho- de la misión redentora de Cristo y su calvario. En cierto modo, puede equipararse el pecado original a la mítica caja de Pandora, que según los griegos- fue abierta por la curiosidad de “la primera mujer” desatando todos los males y sufrimientos sobre la tierra. Pero en el fondo del ambiguo cofre -según la leyenda helénica quedó algo: ... la esperanza. Del mismo modo se puede decir que después de la caída del hombre, persiste la posibilidad de redención y es por eso que la fe y la esperanza permiten al género humano sobrevivir con entusiasmo y aun con alegría, en un mundo hostil y en una vida efímera, precaria e incierta.
En la antigüedad se pensó que el dolor del hombre era un castigo por sus pecados. Pero -para el cristianismo- las congojas y desgracias no son el castigo de una culpa, sino una oportunidad de purificación. Parecería que Dios, en la “economía” de su misericordia, jamás condena y sólo nos hace vivir lo que nuestra alma necesita para su crecimiento interior. Ya lo dice la palabra, al referirse a los “dolores inocentes”, como lo demuestra la tribulación de los santos, las pruebas de Job, o el sufrimiento de María ante el martirio de su hijo y el propio dolor y la angustia de Jesús en el Getsemaní y en el Gólgota.




En realidad, no podemos equiparar nuestro concepto del bien y del mal con el de la sabiduría divina. Así, lo que nos parece favorable, puede no serlo a los ojos de Dios. Lo que estimamos infausto, puede ser útil y conveniente para el designio divino de nuestra personal existencia. Aquí nos enfrentamos a un hecho esencial y éste es que la existencia de Dios trastoca -en su raíz- el sentido de la vida humana. Si Dios no existiera -al margen de que todo se transformaría en un absurdo- lo único importante sería ser feliz y no tener congojas, enfermedades o desdichas. Pero si Dios existe, la vida se transforma de inmediato en experiencia y ahora lo que importa es que cada alma encarnada viva lo que ha venido a vivir y asuma con valor el superior designio de su propia existencia. Cuando el cristianismo dice que Dios ama infinitamente al hombre, no se refiere a una “benevolencia senil y soñolienta”, sino a que lo ama a través de las condiciones concretas y necesarias de su existencia humana. En efecto, si este mundo tiene un sentido de “perfección de almas”, sin duda que el dolor y el sufrimiento deben tener un significado importante para el hombre; algo así como un motivo de perfeccionamiento que, de algún modo, enriquece tanto la evolución individual como la experiencia general del hombre a través del curso de la historia. La vida, en el fondo, es un permanente desafío hacia el autocrecimiento y, vista de este modo, sin la existencia de la desdicha o del dolor, se desvanecería la experiencia terrenal del hombre como un acontecer carente de sentido. Así, un mundo sin pecado ni sufrimiento sería un mundo estático, donde la existencia del hombre se convertiría en un hecho inútil y en una vida estéril, el bien y el mal tienen un lugar necesario en la experiencia vital y aun en el universo, ya que si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.




No se trata, por supuesto, de decir que el dolor no sea doloroso, sino de encontrarle un sentido. Es obvio que ningún sufrimiento puede ser bueno en si mismo pero sí, en cambio, por sus repercusiones sobre la personalidad. Así, puede dar origen a actitudes virtuosas como la paciencia, la fortaleza interior o el arrepentimiento y, sobre todo, en las personas religiosas, a la aceptación irrestricta de la vida y el abandono confiado en la voluntad de Dios. Es por eso que la vida cristiana exige que el hombre transite con valor su propia existencia, lo que implica, ineludiblemente, asumir la “cuota personal” de dolor y sufrimiento. Existe, además, una oculta conexión entre el dolor y la dicha; entre el sufrimiento y la felicidad, y es por eso que ambas experiencias hacen posible la esperanza. Por otra parte, el dolor nos enseña a conocernos más profundamente,el sufrimiento instruye al hombre sobre sí mismo. La dicha y la desgracia son, en efecto, las grandes vías del autoconocimiento y, al final, convergen hacia la misma plenitud de vida. Ahora, espiritualmente hablando, el hombre debe atravesar su propio desierto si quiere encontrar la Tierra Prometida. El camino del infortunio, sin embargo, no es siempre necesario, pero para algunos parecería ser la única posibilidad madurativa. Es a través del amor o del dolor que el hombre puede crecer espiritualmente y encontrar la verdad de sí mismo; dichosos aquellos que crecen por el amor de Jesus y que no necesitan del dolor para lograrlo.




Pero -como señalamos- el sentido religioso del dolor y del sufrimiento humano es, en definitiva, un misterio que, al igual que el propósito de la propia existencia terrenal, escapa a la comprensión reflexiva. La desobediencia adámica, por su parte, tampoco aclara el enigma, y sólo lo desplaza hacia otro nivel: ¿Por qué permitió Dios que el hombre fuera tentado por el demonio? ¿Por qué no impidió el Pecado Original? Tiene que existir una razón más profunda escondida en el misterio. Es por eso que a pesar de ser, en su raíz, algo inefable, se pueden hacer no obstante algunas reflexiones que al menos nos permiten aproximarnos al verdadero enigma. Desde luego, el propio Pecado Original tiene que ser de algún modo un paso evolutivo en el proyecto divino para la humanidad. En efecto, es imposible pensar que Dios haya permitido algo intrínsecamente negativo para el hombre. Cabe entonces preguntarse: ¿Cuál puede ser su sentido evolutivo? ¿Dónde puede estar lo valioso del mal, del dolor y del sufrimiento?
Hay un pasaje en el Evangelio que parecería ser particularmente revelador del misterio del mal y del sufrimiento humano. Se trata de la parábola de la cizaña. El dueño de una tierra siembra trigo y por la noche el demonio lo mezcla con cizaña. Cuando ya crecida la hierba, los sirvientes le proponen al amo arrancarla, éste les dice que no lo hagan, porque podrían también arrancar el trigo: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega y entonces arrojad la cizaña al fuego y llevad el trigo a los graneros” (Mt 13, 24-30). Sin duda, el dolor y el mal son la cizaña y de algún modo es útil que crezcan junto a la virtud para el progreso humano.





Es bastante obvio que sin los aspectos negativos de la vida, sería difícil actualizar los positivos y así -sin lo demoníaco- no habría espacio para la ética y la superación personal. Esta es, por otra parte, la paradoja del pecado, que hace posible el arrepentimiento y destaca -por contraste- el amor y la virtud. Del mismo modo, es en la experiencia del dolor cuando el hombre puede percibir mejor su condición de criatura impotente y sin poder ante los sucesos y acontecimientos penosos de la vida. Pero si bien el sufrimiento puede acercarnos a Dios, también puede alejarnos y así ante el dolor muy intenso, aun las personas religiosas se pueden sentir abandonadas del Padre y ser presas de la confusión. Como dice el salmista: “Escondiste tu rostro y quedé desconcertado”. No obstante, en ambos casos, comprendemos que los logros del mundo no pueden “poseer” el corazón del hombre que no tiene morada permanente aquí en la tierra y que, por así decirlo, es un peregrino siempre en camino hacia otra parte. Es por eso que sólo la percepción intuitiva de Dios y la certeza de la fe pueden darnos la paz y la felicidad perdurables.“Nos hiciste para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta reposar en ti”. Es por lo mismo que las tribulaciones del hombre no podrán cesar -como algunos ingenuamente suponen- en el transcurso de la historia sino hasta el encuentro definitivo del hombre con Dios.




Ahora, para la fe cristiana, el dolor y el sufrimiento son a la vez prueba y motivo de purificación. La primera actitud educativa de un buen padre es “quebrantar” la caprichosa voluntad del niño. Pero lo hace con amor y para su bien futuro. Del mismo modo, Dios nos trata como a sus hijos, pero -como se ha dicho- no es sobreprotector ni paternalista y desea que el hombre crezca y se desarrolle libremente, escogiendo por sí mismo sus alternativas. Sin duda, Dios nos corrige, pero no se trata de un castigo sino de una reparación; de un llamado divino para recapacitar y enmendar el camino. Es por lo mismo que Dios sólo permite el sufrimiento cuando éste es necesario y lo convierte en algo positivo. Podría decirse que lo utiliza como un “instrumento” para que experimentemos aquello que conviene a nuestra alma y que -por lo mismo- está encaminado a nuestro bien. Pero la actitud cristiana frente al dolor no es, como algunos suponen, una afición morbosa y masoquista por el sufrimiento en sí mismo, sino una aceptación cuando éste es inevitable, con la certeza de que tiene que formar parte del plan divino para nuestro propio crecimiento individual. Otra cosa es la ascética cristiana que intenta trascender los instintos biológicos en la búsqueda de la experiencia mística. Pero esta ascesis no desea dañar el cuerpo sino trascenderlo. En realidad, en el cristianismo el cuerpo no es esa “amarra del espíritu” de las religiones hindúes ni tampoco una “cárcel del alma” como pensaban los griegos, sino una dimensión esencial del hombre y un “camino” hacia la santidad. Es por lo mismo que se debe cuidar y proteger al cuerpo como vehículo hacia la vida espiritual. En efecto, la llamada “mortificación ascética” no anhela el dolor sino la subordinación del cuerpo a la conciencia y del instinto a la virtud; la “muerte” del hombre viejo para renacer al hombre nuevo en la imitación de la vida de Jesús.




Dios sabe que nuestra felicidad sólo está en El y permanentemente nos ofrece su amor y su amistad. Pero lo que ocurre es que no escuchamos habitualmente su íntimo llamado por el bullicio de nuestros pensamientos como tampoco podemos recibirlo cuando estamos “llenos” de vanidad y de deseos exclusivos de placer mundano. Es entonces cuando Dios -a través del sufrimiento- nos advierte de nuestros errores y defectos que algún día tendremos que descubrir si queremos liberarnos de este “falso personaje” que impide al hombre percibir la belleza y dignidad de su existencia original. Es, en realidad, nuestra mente la que debe ser crucificada para poder renacer en Cristo a través del amor y con la gracia del Espíritu Santo. Visto de este modo, el efecto redentor del sufrimiento está abierto a la libre voluntad del hombre de someter o no su rebeldía y su orgullosa autosuficiencia” a los superiores designios del propósito divino.
Pero la aceptación cristiana del dolor no significa una “apatía estoica” ni es tampoco un acatamiento pasivo, impotente o resignado. La aceptación cristiana es activa y nace de la fe. Así, antes que los hechos ocurran, debemos hacer todo lo posible por lograr lo deseado y lo que suponemos favorable, pero ante los acontecimientos dolorosos ya ocurridos debemos aceptarlos. En otras palabras, cuando la solución ya no está en nuestras manos, llegó la hora del abandono, que no es fatalismo sino una entrega confiada a la voluntad de Dios. En realidad, la genuina aceptación cristiana brota del convencimiento de que el hombre no sabe lo que le conviene a su experiencia vital. Sólo el Padre sabe lo que necesitamos y en su amor infinito -que jamás reprocha ni castiga- nos da siempre lo que es bueno para nuestra alma, aun cuando “en la boca sea amargo como la hiel”. Muchos suponen, erróneamente, que los cristianos son seres que aceptan fatalmente su destino e incluso, que buscan el dolor para robustecer su fe. Este “colorismo” -como hemos dicho- es ajeno al verdadero cristianismo que, en su esencia, es un apasionado llamado a la plenitud de la existencia y a la felicidad. El papel del cristiano en el mundo es precisamente combatir el miedo y el dolor, encarnando en la historia el Evangelio y su alegre mensaje de amor, de vida y de redención.





Es frecuente que se confunda la Providencia cristiana con el destino inexorable de los griegos o de los musulmanes. Pero la Providencia no es de antemano algo irrevocable porque es siempre algo del momento actual. Como se ha dicho, Dios es un Dios del presente y lo que va a ocurrir mañana está, por así decirlo, sólo esbozado y es por eso que antes que los hechos ocurran podemos cambiar con nuestra acción el desenlace final de los acontecimientos. Aquí radica, por lo demás, el valor de la oración y la plegaria. Jesús llamó insistentemente a orar y a pedirle al Padre en su nombre. Pero: ¿qué significa pedir en el nombre de Cristo? A mi juicio, sólo aquello que -estando en la ética del Evangelio- conviene a nuestra alma. Esto significa que Dios puede modificar los hechos, pero siempre que sea beneficioso para el hombre y su experiencia vital; no para satisfacer los deseos del yo mundano, sino para aquello que conviene al alma encarnada, que es la dimensión espiritual en crecimiento.




Podemos, entonces, pedirle siempre al Padre lo que anhelamos, pero sometiéndonos -de antemano- al designio divino, tal como nos enseñó Cristo, en la hora trágica y sublime del Getsemaní: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad y no la mía”.
Desde otra perspectiva, la historia del hombre puede compararse con la biografía de una existencia enferma, llena de errores, de pecados y de sufrimientos. Volviendo al sentido religioso del dolor humano, es conveniente diferenciar dos tipos de sufrimiento: el físico y el moral. El dolor físico -común al hombre y a los animales- es sólo una respuesta defensiva ante los estímulos nocivos del ambiente o una percepción interna de trastornos en el funcionamiento biológico. No tiene, por lo mismo, un mayor sentido espiritual, sino una mera significación adaptativa y -como se ha dicho sería muy peligroso carecer de él, ya que “podríamos morirnos sin darnos cuenta”. El dolor moral, en cambio, es propio y exclusivo del hombre, como ocurre con la tristeza, la pena, el miedo, la culpa y el remordimiento. Es este dolor moral el que tendría un significado de crecimiento espiritual. Es curioso, en este sentido, que en el Evangelio se habla sólo de los dolores morales de Cristo como su angustia en el Getsemaní, pero nada se dice del dolor físico de su crucifixión. No obstante, en el dolor físico se debe diferenciar el dolor agudo y el crónico. El primero carecería de valor madurativo ya que, cuando pasa, no deja huella en el psiquismo. El segundo, en cambio, siempre actualiza actitudes éticas de la personalidad y, por lo mismo, se convierte o al menos se reviste de un sufrimiento moral. Así los dolores crónicos y prolongados pueden debilitar o fortalecer el espíritu; llevar a una existencia quejumbroso, amargada y autocompasiva, o vivirse con serena resignación, vigorizando el carácter y la conciencia de la fe. Algunos se han cuestionado -siempre en el horizonte de una creación divina- por el sentido del dolor en los animales. No es fácil responder a esta interrogante. No obstante, por carecer los animales de autoconciencia, no se le puede atribuir a sus dolores un significado ético. Incluso es posible que por no existir en ellos un yo que dé continuidad a la experiencia psíquica, no exista propiamente dolor, al menos en el sentido humano, sino que se trate de meros reflejos defensivos carentes de una percepción consciente en la inmediatez de las respuestas instintivas. Son, entonces, los dolores morales los que nos interesan desde el punto de vista de su sentido religioso. Desde luego, son ineludibles en la existencia humana, ya que forman parte constitutiva de su experiencia vital, y sin ellos es imposible pensar al hombre: “Las lágrimas son mi pan día y noche”, dice el salmista, recordándonos la inevitabilidad del sufrimiento (Salmo 42, 4).











Las diferencias entre el dolor físico y el moral explican que la actitud frente a ambos sea diversa. Así, el dolor físico debe siempre tratar de eliminarse y el dolor moral, en cambio -salvo en los casos patológicos-, debe asumirse. Es por eso, por ejemplo, que ningún médico le inyectaría morfina a una madre que ha perdido a su hijo para que viva en estado de euforia la normal experiencia de su duelo.
Los dolores morales no sólo son útiles para el crecimiento madurativo de la personalidad, sino que favorecen el autoconocimiento, ya que es frente al sufrimiento cuando el hombre -entre el absurdo y el misterio- se convierte a sí mismo en pregunta sobre el sentido de la vida y de su concreta y particular existencia. Podría hablarse, incluso, de una pedagogía del dolor. Desde luego, los sufrimientos como la angustia, la pena, la frustración y el desencanto, enriquecen nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos, permitiendo percibir mejor los límites de la capacidad individual y, además, ennoblecen el diálogo interhumano con las posibilidades empáticas de la humildad y de la compasión. En general, todas las emociones permiten una comprensión más profunda y matizada de la realidad y completan, de este modo, el esquema demasiado geométrico de los conceptos meramente intelectuales. El sufrimiento, además, es un tiempo de reflexión y aun de conversión. Algunas veces en el sentido espiritual y otras en el sentido ético. Así, el dolor moral permite que cualquier hombre -más allá de la fe- jerarquice mejor los valores de su existencia y logre, de este modo, una vida más auténtica y ordenada hacia propósitos y anhelos superiores. Son frecuentes los casos de personas que han transformado enriquecedoramente sus vidas después de una larga enfermedad, de la pérdida de un ser querido o de experimentar un riesgo inminente de muerte.
Pero no todos los dolores morales llevan necesariamente a un crecimiento de la personalidad. Podría hablarse, en este sentido, de sufrimientos periféricos y stifrimientos nucleares. Los primeros son sufrimientos banales, que brotan de las pérdidas materiales o del daño al prestigio personal (rencor, envidia, celos, etc.). Los segundos, en cambio, nos hieren en lo más profundo de nuestro ser (enfermedades invalidantes, soledad, pérdida de seres queridos, decepción de sí mismo, culpa, fracaso del proyecto existencias, etc.). Sólo estos últimos son provechosos y enriquecedores de la experiencia de vida. Ya lo decía San Pablo, al hablar de una Tristeza según Dios, que era camino de penitencia y de salvación, y una Tristeza según el mundo, que sólo conducía a la amargura y a la decepción.
Pero existe, además, en la perspectiva espiritual del dolor humano, una extraña paradoja. Así, parecería que Dios prueba a los que más ama. Es por eso que Job, el más justo de su tiempo, fue el sujeto de las grandes tribulaciones. “El Señor llama a las almas nobles a un desierto y ahí les habla a sus corazones”[4].
Contrariamente a lo que postuló el psicoanálisis, el hombre es la única criatura planetario cuya vida no está regida por el principio de placer. Obviamente, desea el goce y no el dolor, pero es capaz de aceptarlo según los dictados superiores de su conciencia ética. De ahí su conmovedora vocación de heroísmo y sacrificio. Nuestra cultura actual -en el marco hedonista de la búsqueda incesante de placer y de confort- trata de negar la necesidad del sufrimiento como condición favorecedora de la madurez anímica,“no tiene una comprensión religiosa del misterio del dolor”[5]. Finalmente, quisiéramos señalar que tal vez lo más insoportable del dolor es su eventual arbitrariedad y su aparente absurdo. Pero en la fe se desvanece lo casual y el azar se convierte en providencia. Ahora, hasta el acto más insignificante y el más ínfimo acontecimiento tienen un lugar en el propósito divino. De ahí que la fe religiosa -plenitud espiritual del hombre- dé una nueva y desconocida reciedumbre frente a los inevitables sufrimientos de la vida.
Estamos conscientes de que estas reflexiones orientan, pero no terminan de aclarar el enigma espiritual del dolor humano. El propio Jesús, en su vida pública, hizo dos cosas: enseñó su Evangelio y fue médico; mostró el camino de la salvación del alma y venció la enfermedad y aun la muerte. Pero no suprimió el sufrimiento ni aclaró su misterio. Hizo otra cosa: lo asumió y le dio un valor moral, formulando uno de los pensamientos más hermosos de la historia: “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”. Cristo, en efecto, en el misterio de su encarnación humana, se ha unido en cierto modo a todos los hombres y comparte sus dolores y aflicciones.





Resumiendo, se puede decir que -desde la perspectiva espiritual la vida es una constante prueba y el gran secreto de la paz y de la felicidad consiste, precisamente, en saber que nuestras tribulaciones e infortunios forman parte de nuestra experiencia vital y, sobre todo, que su aceptación plena los atenúa, y en ciertos casos, los hace innecesarios. No es otro, a mi juicio, el sentido del relato de Abraham, que con razón ha sido considerado como el padre de la fe. Abraham recibe seguramente la prueba más terrible de la historia: matar con su propia mano al hijo adorado; al hijo de la vejez y, de todas las promesas.




Si Abraham hubiera dudado, es posible que hubiera tenido que matar a Isaac. Pero Abraham acepta la prueba sin ninguna vacilación y -por lo mismo- ésta no es necesaria. Pienso que, sin darnos cuenta, somos continuamente probados como Abraham. Si rechazamos los sufrimientos, éstos se acrecientan y nos acosan obstinadamente; si los aceptamos, en cambio, se atenúan o se desvanecen. Este es el milagro de la aceptación; del Sí a la Vida de los grandes místicos, de la paciencia de Job y aun de la obediencia de Jesús en el Calvario. Es claro que esa aceptación requiere por lo general de un extremo coraje y valentía moral, pero puede también surgir de un modo silencioso y natural en quienes se entregan confiados en las manos de Dios.
Ahora, para un cristiano -que ama a Jesús en su corazón- existe otra perspectiva ante el dolor y ésta es la de compartir y coparticipar -como decía San Pablo- en el sufrimiento redentor de Cristo. En efecto, su muerte y su resurrección se proyectan sobre todos los hombres y los cristianos sabemos que en nuestros dolores estamos completando -en alguna medida- el Misterio del Gólgota- y colaborando en la redención del mundo.
Es por eso que quien quiere ser un verdadero discípulo de Cristo debe levantar su propia cruz y asumir con valor, y aun con alegría, su tristeza y su dolor. En realidad, cada sufrimiento aceptado por amor a Jesús es una parte de su cruz que sostenemos; una pequeña porción del dolor humano que compartimos con El, y si pudiéramos percibir la gratitud de su mirada sentiríamos que el peso que nos agobia se atenúa y que también nuestra espalda es ancha y nuestra carga es ligera.







sábado, 30 de junio de 2012

Jesus reinara en la tierra



La mayoría de las personas tiende a pensar que Apocalipsis 20 es el único pasaje de la Biblia que habla de un futuro reinado del Señor. Nada podría estar más lejos de la verdad. El propósito de este artículo es proveer un resumen de los pasajes claves del Antiguo y Nuevo Testamentos que hablan acerca del futuro reinado del Señor.
Jesús vuelve para reinar sobre la tierra, porque los profetas del Antiguo Testanento lo dicen.


1. Los Salmos

► Salmos 2:6-9 – David dice que el Mesías reinará sobre los"confines de la tierra" desde el Monte Sion en Jerusalén.

► Salmos 22:27-31 – David afirma otra vez que al Mesías le será dado dominio sobre "los confines de la tierra" en el tiempo cuando El "reine sobre las naciones."

► Salmos 47 – Los hijos de Coré se regocijan del día cuando el Señor será "el gran Rey de toda la tierra" y declaran que esto ocurrirá cuando el Señor someta a las "naciones bajo nuestros pies."

► Salmos 67 – Un salmista no identificado habla proféticamente del tiempo cuando las naciones del mundo "se alegrarán y cantarán con júbilo". Esto será cuando el Señor venga para "juzgar a los pueblos con equidad". En ese tiempo, el Señor "guiará a las naciones de la tierra" para que"todos los términos de la tierra Le teman."

► Salmos 89:19-29 – Etán, el salmista, habla del Pacto Davídico y proclama que será cumplido cuando Dios haga a Su "primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra."

► Salmos 110 – David dice que vendrá un tiempo cuando Dios pondrá a los enemigos del Mesías como estrado bajo Sus pies. Esto ocurrirá cuando el Mesías extienda Su "cetro de poder desde Sión". En ese tiempo El "dominará en medio de Sus enemigos", porque "El quebrantará a los reyes en el día de Su ira, Juzgará entre las naciones."

► Salmos 132:13-18 – Un salmista no mencionado habla del cumplimiento de Dios del Pacto Davídico. Dice que ocurrirá en un tiempo cuando "el cuerno de David" renazca para reinar desde Sión. Dice que "Su corona brillará" y El hará de Sión Su "lugar de reposo para siempre" porque Él habitará ahí.

2. Isaías

► Isaías 2:1-4 – Isaías dice que "en lo postrero de los tiempos" el Mesías reinará desde el Monte Sión en Jerusalén y el mundo entero experimentará la paz.

► Isaías 9:6-7 – El Mesías reinará desde el trono de David, dándole al mundo un gobierno de paz, justicia y rectitud. (Nota: El trono de David no está en el Cielo. Está localizado en Jerusalén – vea Salmo 122. Jesús no está ahora en el trono de David. El está sentado a la diestra de Su Padre en el Trono de Su Padre – vea Apocalipsis 3:21)

► Isaías 11:3b-9 – El Mesías traerá "rectitud y justicia" a la tierra cuando El regrese para "destruir a los malos". En ese tiempo, la maldición será quitada y los reinos vegetal y animal serán restaurados a su perfección original.

► Isaías 24:21-23 – Cuando el Mesías regrese, castigará a Satanás y a sus hordas demoníacas en los cielos y luego castigará "a los reyes de la tierra sobre la tierra". Entonces El "reinará en el Monte Sión y en Jerusalén" con el propósito de manifestar Su gloria.


3. Jeremías

► Jeremías 23:5 – "He aquí que vienen días, dice el Señor, en que levantaré a David Renuevo justo, y reinará como Rey con sabiduría y practicará el derecho y la justicia en la tierra" (Nota: El término "Renuevo" es un título Mesiánico)

► Jeremías 33:6-18 – Vendrá un día cuando el Señor reunirá a los dispersos de Judá e Israel y salvará a un gran remanente. En ese tiempo el Señor "hará que brote de David un renuevo justo y Él practicará la justicia y el derecho en la tierra".

4. Ezequiel

► Ezequiel 20:33-44 – El Señor dice que vendrá un día cuando Él reunirá a los judíos en su tierra y "entrará en juicio" con ellos. Él dice que ese tiempo "Seré Rey sobre ustedes". El luego añade que "toda la casa de Israel, toda ella, Me servirá en la tierra".

► Ezequiel 37:24-28 – El Señor dice que El habitará en medio de Israel después que un remanente de los judíos sea reunido en la tierra y salvado y El promete que "mi siervo David será príncipe de ellos para siempre".

► Ezequiel 39:21-29 – El Señor dice que después de la batalla de Armagedón (versos 17-20), "Pondré mi gloria entre las naciones, y todas las naciones verán mi juicio que habré hecho, y mi mano que sobre ellos puse".

► Ezequiel 43:7 – Mientras se le da un recorrido del futuro Templo Milenial, el Señor le dice a Ezequiel: "Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, el lugar donde posaré las plantas de mis pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel para siempre".

5. Daniel

► Daniel 7:13-14, 18, 27 – Daniel dice que se le dio una visión en la que vio que al Mesías ("Hijo de Hombre") Dios el Padre ("Anciano de Días") le daba dominio sobre toda la tierra. Luego añade en los versículos 18 y 27 que el reino es compartido "con los santos del Altísimo" y que a ellos se les permitió ejercer soberanía con El sobre "todos los reinos debajo de los cielos".

6. Oseas

► Oseas 3:4-5 – Los judíos serán puestos aparte "por muchos días" pero vendrá un tiempo "en los últimos días" cuando ellos "volverán y buscarán al Señor su Dios y a David su rey".






7.Joel

► Joel 3:14-17, 21 – Joel dice que después de la batalla de Armagedón (versos 14-16), el Señor habitará "en Sión, mi santo monte". El repite esto en el versículo 21. Y en el versículo 17, El identifica a Sión como la ciudad de Jerusalén.

8. Miqueas

► Miqueas 4:1-7 – Miqueas repite con mayores detalles la profecía contenida en Isaías 2. Así como Isaías, afirma que el Señor hará a Jerusalén la capital del mundo. El mundo será inundado con paz y prosperidad. Todos los creyentes judíos serán reunidos en Israel y "el Señor reinará sobre ellos en el monte de Sión".

9. Sofonías

► Sofonías 3:14-20 – Este libro entero está dedicado a una descripción del día en el que el Señor volverá a la tierra en venganza. El profeta dice que al final de ese día, cuando los enemigos del Señor hayan sido destruidos, el remanente judío gritará con júbilo de victoria porque "el Rey de Israel, el Señor", estará en medio de ellos.

10. Hageo

► Hageo 2:20-23 – El Señor dice que vendrá un día cuando El "trastornará los tronos de los reinos, y destruirá la fuerza de los reinos de las naciones". Luego, usando a Zorobabel, gobernador de Judá, como un tipo del Mesías, el profeta añade: "En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel hijo de Salatiel, siervo mío, dice el Señor, y te pondré como anillo de sellar; porque Yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos". La referencia al anillo de sellar significa que el Padre le otorgará a Su Hijo autoridad para gobernar.

11. Zacarías

► Zacarías 2:10-13 – El Señor dice que cuando El vuelva,"morará en medio" de los judíos y poseerá a Judá como "Su heredad en la tierra santa y escogerá aún a Jerusalén".
► Zacarías 6:12-13 – Cuando el Mesías ("el Renuevo") regrese, El construirá un templo y "dominará en Su trono" y los oficios de sacerdote y rey serán combinados en El. Por eso, "El será un sacerdote en Su trono".
► Zacarías 8:2-3 – El Señor promete que cuando El regrese a Sión, El "morará en medio de Jerusalén" y Jerusalén será llamada "Ciudad de la Verdad".
► Zacarías 9:10 – El Mesías traerá paz a las naciones y "Su señorío será de mar a mar".
► Zacarías 14:1-9 – El Mesías regresará al Monte de los Olivos. El Monte se partirá a la mitad cuando Sus pies lo toquen y el remanente judío que quede vivo en Jerusalén huirá de la ciudad y se esconderá en las hendiduras del Monte. El versículo 9 dice que en ese día: "el Señor será rey sobre toda la tierra"



sábado, 9 de junio de 2012

El Señor es mi Pastor






El Señor es mi Pastor




El Señor es mi Pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.

Confortará mi alma; me guiará por sendas
de justicia por amor de su nombre.

Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Aderezas mesa delante de mí en presencia
de mis angustiadores; unges mi cabeza con
aceite; mi copa está rebosando.

Ciertamente el bien y la misericordia me
seguirán todos los días de mi vida, y en la
casa del Señor moraré por largos días.

SALMO 23



Muchos conocen el Salmo del Pastor, pero no todos conocen al Pastor del Salmo. "Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas" (Jn.10:11) Él conoce cada una de sus ovejas por nombre y éstas le siguen porque conocen Su voz. "Mis ovejas oyen mi voz, y Yo las conozco y me siguen, y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano." (Jn.10:27-28) El que le sigue jamás se extraviará; al extraño no seguirá porque no conoce la voz de los extraños; solo conoce la voz de su Pastor. ¡Que bueno saber que si Él es mi Pastor ... Nada me faltará!

De cierto, de cierto os digo:
El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte,
ése es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.

A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre,
y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las
ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de
él, porque no conocen la voz de los extraños. Juan 10:1-5

También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un Pastor. Juan 10:16

¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; Y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. Lucas 15:4-7

Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio.
Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento. Mat.9:13

Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Luc.19:10

Asi que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. Hechos 3:19

"Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos ... sino en el nombre de JESÚS." Hch.4:12

No temas, porque Yo estoy contigo. No desmayes, porque Yo soy tu Dioque te esfuerzo. Siempre te ayudaré,siempre te sustentaré
con la diestra de mi justicia." Isaías 41:10

















lunes, 26 de septiembre de 2011

Cómo triunfar sobre la tentación

Si bien no todas las personas tienen las mismas tentaciones, muchos luchan a diario para combatirlas, algunos luchan contra el alcohol, otros contra las drogas, otros con su sexualidad.

No importa con lo que usted esté luchando, sepa que no está solo, que no es la única persona que tiene dificultades para tomar las decisiones correctas. La tentación ha sido definida como "la atracción a cometer un acto imprudente o inmoral, especialmente por una recompensa ofrecida (o percibida)". Eso es lo que hace que el proceso de tomar una decisión produzca mucha tensión. La buena opción puede parecer poco atractiva superficialmente, en tanto que la negativa tiene un atractivo especial.

Sentimos tensión cuando estamos decidiendo entre lo que debemos y lo que no debemos hacer. Esta lucha no es imaginaria; el cuestionamiento "debo o no debo" no es un ejercicio intelectual aislado. Se está librando una verdadera guerra dentro de nosotros.

La raíz de este conflicto se llama pecado. Por naturaleza todos hemos nacido pecadores y estamos separados de Dios; es decir, tenemos un deseo nato de vivir como queremos en lugar de hacerlo como Dios lo prescribe. La única solución para esta separación de Dios está en su Hijo Jesucristo que murió en la cruz para pagar el castigo por el pecado y reconciliarnos a Dios (Romanos 6:23; Juan 3:16).

¿Por qué parece tan bueno?

Cuando aceptamos el hecho de que Cristo ya pagó por el pecado y confiamos en Él como Salvador, oficialmente hemos muerto al pecado. ¿Qué quiere decir esto? Muerto significa que el pecado ya no tiene poder para forzarnos a hacer o pensar nada (Romanos 6:1-3, 10-14). Por supuesto que el pecado todavía existe como influencia, pero su reinado ha sido destruido; tiene acceso a nosotros, pero no autoridad sobre nosotros. Somos libres para optar en contra del pecado; su dominio ha sido destrozado . Como creyentes, somos libres para decir "no".

En Cristo tenemos una vida nueva y un espíritu nuevo (2 Corintios 5:17). El Espíritu Santo que habita en nosotros desde el momento en que depositamos nuestra confianza en Jesús, nos capacita para elegir la obediencia en lugar de la rebeldía. Aún así, la atracción hacia el pecado a veces puede ser demasiado fuerte.

El atractivo es real

Es importante entender que nuestros deseos naturales nos fueron dados por Dios y que son legítimos. Por ejemplo, no hay nada malo en querer comer. Pero cuando queremos comer más, o menos, de lo que debemos, o queremos estar a la moda aunque de alguna manera perjudique nuestro cuerpo, el deseo es ilegítimo. Siempre que sobrepasemos los límites del amor que Dios ha estipulado entramos en terreno pecaminoso.

La primera reacción cuando caemos en tentación es culpar a otra persona o atribuirlo a defectos de nuestra personalidad. "Mi amigo me empujó a hacerlo", tratamos de explicar; o: "Así me educaron mis padres; no puedo evitarlo". Esa táctica de desviar la culpa hacia los demás no es nueva. Cuando Dios buscó a Adán en el Huerto del Edén después de haber pecado, Adán culpó a Eva (Génesis 3:12).

¿Por qué hacemos esto?

Es difícil admitir que el problema está en nosotros. Es probable que muchas veces hayamos oído la excusa: "El diablo me obligó a hacerlo", y que nosotros mismos la hayamos usado. En efecto, frecuentemente Satanás juega un papel en la tentación; pero esa frase simplemente no es verdad.

Satanás jamás puede obligarnos a hacer nada. Su poder se limita a la manipulación y al engaño (2 Corintios 11:3); Juan 8:44). Puede impulsarnos a tener muchos deseos de hacer o decir algo, pero literalmente no puede forzarnos a hacerlo. Sí, Satanás es un enemigo formidable y su intención de hacernos caer en sus trampas y sus lazos nunca cambia. El Señor Jesús nos advirtió: "... él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira" (Juan 8:44).

La Palabra de Dios en 1 Tesalonicenses 3:5 y Mateo 4:3 se refiere a Satanás como el tentador, el responsable de inducir a muchos a descarriarse. Constantemente busca nuestros puntos débiles y vulnerables y los explota cuando tiene oportunidad de hacerlo (1 Pedro 5:8). No obstante, como nos asegura Job 1:12, sus facultades son limitadas por Dios.

Por otra parte, Dios no nos tienta a pecar; su carácter no le permite hacerlo. De ninguna manera puede el Dios Santo y Todopoderoso estar asociado con el pecado. Santiago 1:13-14 dice: "Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido".

No importan ni la presión, ni los incentivos, ni los detalles atractivos, la Escritura dice claramente que nosotros somos los responsables de nuestro pecado y nadie más. Cuando somos tentados, podemos decir sí o no; la decisión es nuestra. Y pese a la influencia fuerte y negativa de la tentación podemos hacer la elección correcta con la ayuda de Dios. Al reconocer la verdadera naturaleza del conflicto, estamos preparados para poner la Palabra de Dios en acción ante cualquier desafío.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Decisión de Salvación





¡Estás a punto de tomar la mejor decisión de tu vida!


¡No hay tiempo qué perder! ¡Obtén tu salvación ahora!


Para lograrlo sólo tienes que creer que él es tu Señor y Salvador. Confesar con tu boca que él murió por ti. Que estás dispuesto a entregarle tu vida, tus decisiones, tu corazón… y ¡Él te dará el mismo galardón que Él me ha prometido a mí!


El señor te ama, y Él es fiel a sus promesas.


¡Creer en Dios no es suficiente!


Recuerda que el apóstol Santiago nos dice:
"Tú crees que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero los demonios también lo creen, y tiemblan de miedo.(Santiago 2:19)".

Algunos quizás digan:
"Yo soy bueno, no le hago mal a nadie. Le doy a los pobres y ayudo al necesitado. Yo hago el bien".

Si bien eso es bueno, NO ES POR LAS OBRAS QUE SERÁS SALVO..SINO POR GRACIA DE DIOS.

"Pues por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que les ha sido dado por Dios. No es el resultado de las propias acciones.(Efesios 2:8)

Es sólo por la fe en Jesús que puedes lograr tu salvación. La Biblia nos enseña que las buenas obras son un producto de la salvación. Las obras que haces antes de entregarle tu vida a Cristo no te sirven de nada. Las que tienen valor son las que haces después que Jesús mora en ti. - éstas vienen después, no antes." En Isaías 64:6 la Biblia nos dice:
"Todas nuestras obras son como un trapo sucio" Isaías 64:6.

Otros quizás piensen:
"Tú llega al Cielo a tu manera que yo llegaré de la mía."
Pero les imploro que concideren lo siguiente ¿Nacimos en la forma que quisimos o a través de nuestra madre? Pues para llegar al Cielo también hay una sola forma:
"Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre si no es por mi", dice Jesús en Juan 14:6

Mateo 10:28 te dice:
No teman a los que pueden darles muerte, pero no pueden disponer de su destino eterno (refiriéndose a Satanás); teman más bien al que puede darles muerte y también puede destruirlos para siempre en el infierno (¡refiriéndose a Dios Todopoderoso!).

¡PERO TENGO BUENAS NOTICIAS!
El único pecado que Dios no te perdonaría es haber blasfemado en contra del Espíritu Santo, y si tú lo hubieses hecho, puedes estar seguro que ni siquiera hubieras terminado de leer estas líneas que ahora te escribo. De una cosa sí estoy seguro… El Señor te promete lo siguiente:
"Cree en el Señor, y serás salvo tú y tu casa."


Si quieres entregar tu vida a Jesús di esta oración en voz alta:
Dios Padre, me he dado cuenta que he pecado contra ti. Ahora creo que Jesús es ciertamente mi única esperanza. Yo creo con todo mi corazón que Jesús murió en mi lugar, que murió en la cruz por mis pecados, y que después de tres días resucitó. De ahora en adelante dejaré de hacer lo malo y caminaré el camino que Jesús me ofrece. Ahora te pido que me des vida eterna y entendimiento. Por favor, escribe mi nombre en el Libro de la Vida. Dame tu Espíritu Santo para que me ayude a limpiar mi conciencia y a comenzar una vida nueva. Te doy las gracias en el Nombre de Jesús. ¡ Amén!

Y ahora… ¿Qué hago?
Hay iglesias evangélicas y algunas otras protestantes en las que estoy seguro que estarían más que honrados en recibirte. Acércate a cualquiera de ellas y de seguro no te ignorarán.

¿Por qué necesito congregarme?
Porque la Palabra de Dios es como el alimento que comes diariamente. Después de que Cristo viva en ti, querrás saber más acerca de quien ahora es tu rey. Es en la iglesia dónde encontrarás ese alimento. ¡Además, necesitas mostrarle a todo el mundo que has cambiado de nacionalidad, que ahora perteneces al reino de Dios! Dios quiere que le sirva a él y sólo a él. No escondido, sino en público.
No debes avergonzarte del Señor. En Mateo 10:32 el Señor te dice:
"A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos."




Fragmento quitado de: http://www.antesdelfin.com/


¿Existe el mal?




Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta:
-¿Dios creó todo lo que existe?

Un estudiante contestó valiente:


-Sí, lo hizo



-¿Dios creó todo?, preguntó nuevamente el profesor.
- "Sí señor", respondió el joven

El profesor contestó,


-Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal existe, y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo.



El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe era un mito.



Otro estudiante levantó su mano y dijo:
-¿Puedo hacer una pregunta, profesor?.


-Por supuesto, respondió el profesor.



El joven se puso de pie y preguntó:


-¿Profesor, existe el frío?


-¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío?, replicó el profesor.




El muchacho respondió:


-De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en realidad es la ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor.



-Y, existe la oscuridad? Continuó el estudiante.
El profesor respondió:


-Por supuesto.




El estudiante contestó:


-Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así?


Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.



Finalmente, el joven preguntó al profesor:
-Señor, existe el mal?.



El profesor respondió:


-Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal.



A lo que el estudiante respondió:


-El mal no existe, señor, o al menos no existe por si mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios en las personas.



Dios no creó al mal. No es como la fe o el amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz.



Entonces el profesor, después de asentir con la cabeza, se quedó callado

EL JOVEN SE LLAMABA
ALBERT EINSTEIN...








Con este mensaje entendemos que el mundo está como está porque muchas personas niegan o no reconocen que hay un Dios vivo, un Dios de amor, un Dios que cambia vidas.


Si todos tuvieran presente a Dios en sus corazones, el mundo hoy sería muy diferente.




Pero CUIDADO! porque se levantarán muchos falsos profetas en los últimos tiempos, diciendo que llevan el mensaje de Dios, pero sólo traerán confución y mentiras.




Estén despiertos, y no dejen que el fuego de Dios se apague dentro suyo, y crean sólo en Su Palabra, la Biblia, es la única forma de saber lo que Dios quiere decirnos con seguridad.

Dios los bendiga :)